Ramón Maria del Valle Inclán



              Marina norteña


                     Pasa el gato sonando las botellas 
                   de un anaquel de pino por lo alto: 
                   el cielo raso tiene dos estrellas 
                   pintadas, y una luna azul cobalto.

                     ¡Taberna aquella de contrabandeos 
                   con los guisotes bajo sucios tules, 
                   eran alií pictóricos trofeos: 
                   azafrán, pimentón, fuentes azules!

                     Entra el viento. Revuela la cortina 
                   y la vista del mar da a la taberna. 
                   Una negra silueta que bolina 
                   sobre el ocaso, enciende su lucerna.

                     Con la tristeza de la tarde muerde 
                   una lima el acero. De la fragua 
                   brotan las chispas. Tiene una luz verde 
                   ante la puerta, la cortina de agua.

                     Escruta el mar con la mirada quieta 
                   un marinero desde el muelle. Brilla 
                   con el traje de aguas su silueta 
                   entre la boina gris, toda amarilla.

                     Viento y lluvia del mar. La luna flota 
                   tras el nublado. Apenas se presiente,
                   lejana, la goleta que derrota 
                   cortando el arco de la luz poniente.

                     Se ilumina el cuartel. Vagas siluetas 
                   cruzan tras las ventanas enrejadas, 
                   y en el gris de la tarde las cornetas 
                   dan su voz como rojas llamaradas.

                     Su pentágrama el arco policromo 
                   proyecta tras los pliegues del chubasco, 
                   y alza en el vano de esmeril su domo 
                   arrecido de cuervos, un peñasco.

                     Las olas rompen con crestón de espuma 
                   bajo el muelle. Los barcos cabecean, 
                   y agigantados en el caos de bruma 
                   sus jarcias y sus cruces fantasean.

                     La triste sinfonía de las cosas 
                   tiene en la tarde un grito futurista: 
                   de una nueva emoción y nuevas glosas 
                   estéticas se anuncia la conquista.

                     Su escaparate la taberna alumbra, 
                   y del alto anaquel lo acecha el gato: 
                   esmeraldas de luz en la penumbra 
                   los ojos, y la cola un garabato.

                     Vahos de mosto del zaguán terreño, 
                   voces de marineros a la puerta,
                   y entre rondas de vino que dan sueño, 
                   el tabaco, los naipes, la reyerta...

                     De un quinqué de latón la luz bisunta 
                   el tubo ahumado con un grito raja, 
                   y está en la puerta el hombre que pregunta: 
                   - ¿Quien quiere sacar filo a la navaja?

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